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miércoles, 30 de diciembre de 2009

El presidente de los panetones

El contraste de estas dos historias me lo reafirma. Solo pido que, por Navidad, el futuro nos regale menos tipos como Álvarez dirigiendo nuestros recursos


Por: Gustavo Rodríguez Escritor*

Ahora que veía las noticias, recordé algo que me contaron hace muchos años. En una conocida empresa, uno de los porteros había sido visitado por la desgracia: su casa se había incendiado y su madre había resultado herida. Sus compañeros se movilizaron y la empresa ayudó de forma corporativa. Sin embargo, el gerente hizo algo más. Llamó por el anexo a una auxiliar de contabilidad y le pidió, de manera reservada, el número de cuenta en donde la empresa depositaba el sueldo del portero. Luego, y sin mucho aspaviento, depositó de su bolsillo una cantidad respetable de dinero y continuó con sus funciones sin comentárselo a nadie.


El lector perspicaz se preguntará: si todo fue tan silencioso, ¿cómo me enteré yo? Pues bien. Cuando un par de días después el portero se topó con esa cantidad inesperada en su saldo, se acercó a contabilidad a indagar: quería descartar que fuera un error del banco. La auxiliar ató cabos, le comentó sobre aquella llamada de su jefe, y fue así como juntos llegaron al inicio de aquella madeja virtuosa. Y fue así como esta historia llegó a mis oídos. Aquel gerente es hoy un líder influyente y respetado dentro de su sector, y me abstendré de mencionar su nombre: la vida le ha reportado mayores dádivas, justamente, por ser un alma desinteresada.


La otra cara de la moneda la vi hoy en la televisión: una anciana murió recién en Chimbote, en medio de una turbamulta, porque a César Álvarez, el presidente regional de Áncash, se le ocurrió regalar panetones ¡con su rostro impreso en las cajas!


Debo confesar que esta desgracia me es tan repudiable que no encuentro adjetivos a la altura —o bajura— de este servidor del Estado. Al menos en el plano público, Álvarez representa todo aquello que los peruanos debemos condenar: no solo es el presidente de la región que más dinero ha obtenido producto de la minería, sino también es el que menos ha invertido de ella: un impresentable 15%. Y a ello le suma la cereza navideña de una muerte, producto de la demagogia más burda y pagada, además, con el dinero de sus electores. Siempre he pensado que los mejores dirigentes son, antes que nada, mejores personas. El contraste de estas dos historias me lo reafirma. Solo pido que, por Navidad, el futuro nos regale menos tipos como Álvarez dirigiendo nuestros recursos

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