Tres sobrevivientes recuerdan con dolor la tragedia de Yungay
Testimonios sobre el terremoto y el aluvión que lo borró del mapa
elcomercio.pe Domingo 23 de Mayo del 2010
Por: Gabriela Machuca Enviada especial
El niño que vivió por ir al circo
“Yo vivía, y vivo todavía, en Mancos, un distrito ubicado a siete minutos en auto de Yungay. En esa época, las familias de los pueblos cercanos íbamos a Yungay para distraernos, a pasar el domingo. Justo ese 31 de mayo, como nunca, fuimos solos, mis tres hermanos y yo, a ver allí una matiné de circo. Mis papás se quedaron en la casa. Yo iba a cumplir 12 años y fui con mis hermanas Raquel, que tenía 14; Martha, de 10 y mi hermanito Jesús, de 3. También con un grupo de amigos de Mancos, éramos como 20 niños. Creo que el circo se llamaba Verolina, no me acuerdo bien…
El carro nos dejó en la plaza de Armas. Usualmente, antes de ir a ver las funciones, siempre íbamos a comer helados a Niza, la mejor heladería que había, creo yo, en el Callejón de Huaylas. De eso me acuerdo clarísimo. Pero esa vez nos pasamos sin probar nada porque estábamos atrasados. Nos fuimos corriendo para el estadio, donde estaba el circo. Si nos hubiésemos quedado en la plaza…
Entonces llegamos. Debía haber más o menos 300 niños, todavía no se iniciaba la función. Ni cinco minutos estuvimos dentro de la carpa cuando comenzó el temblor. Las personas mayores empezaron a gritar: “¡terremoto! ¡aluvión!” Todos salimos al centro del gramado del estadio. Cuando vimos que las paredes se habían caído, comenzamos a correr hacia el cerro Atma, que estaba ahí no más. Como éramos niños, cada uno salvó su pellejo, nos separamos todos. Mientras trepábamos, veíamos cómo el aluvión se llevaba el estadio. Todos los que corrieron con dirección a la ciudad murieron…
Ya en el camino, arriba en el cerro, nos fuimos encontrando los niños del circo, aunque también había adultos. En la parte alta me reuní con mis hermanos. Estaban bien, pero asustados. No se veía nada por el polvo. Eran las 5 p.m. pero parecía de noche. Y la gente gritaba. Justo allí habían instalado un campamento de heridos y todos gritaban. Los niños buscaban a sus padres y los padres a sus hijos. Y seguía temblando. Los mayores nos pedían nuestras chompas para hacer una gran bandera que se elevara por la nube de tierra y fuera vista por los helicópteros, pero no sirvieron. Nos recogieron cuatro días después. El jueves 4 de junio”.
[2] ALMAQUIO ORTEGA (63)
El guardián de la ciudad sepultada
“Mi nombre es Almaquio Ortega López. Tengo 63 años y soy yungaíno de toda la vida. Siempre he vivido aquí, salvo por un tiempo que me fui a la costa a buscar mejor porvenir, que no encontré. Entonces volví. Desde antes del sismo vivo en lo que era el jirón 2 de mayo del antiguo Yungay, cerca del cerro Aura. Allí sigue estando mi casita, cerca de la ciudad sepultada, no dentro del camposanto.
Esa mañana del 31 de mayo yo había llegado de la ciudad de Lima. Trabajaba como ayudante de un camión, el mismo que está enterrado debajo del famoso ómnibus de la Empresa de Transporte Áncash, ese que está volteado hasta el día de hoy y con el que todos se toman las fotos del recuerdo. Después de descansar unas horas me compré unas cervezas y me quedé en mi casa a escuchar por radio el inicio del mundial de fútbol de México 70. Jugaba México contra Rusia. De pronto empezó a temblar todito, fuerte, sonaba bien fuerte. Como ocho años antes había caído un gran huaico sobre Ranrahirca (un pueblo cercano), pensé que se iba para allá y no me moví, pero después, cuando lo vi venir para Yungay me dije “este es el fin”. Pero Dios no quería pues y el lodo pasó a pocos metros de mi casa. No la tocó por muy poquito. Corrí para el cerro Aura donde nos salvamos algunos. Yo estoy aquí, pero perdí a mi madre y a dos de mis hermanos.
Por varias décadas he cuidado la ciudad sepultada de Yungay, o sea, el camposanto. Han querido venir a desenterrar las casas y llevarse las cosas, ubicar dónde estaban los bancos para sacar las cajas fuertes y yo lo he impedido. Este es mi pueblo y si no me morí entonces, ya me tocará, pero será acá. Hasta eso, hago de guía y siembro las rosas y las hortensias que ven. En recuerdo, pues, de los que están abajo”.
[3] CICO ALAMO (70)
El profesor que lo vio todo
“Yo era director de una escuela en Shacsha, a 10 minutos de Yungay. Por costumbre, el último día de mayo le rezábamos a la virgen, por eso, aquella tarde tenía que ir al colegio. En el camino me encontré con dos amigas. Estábamos con ellas riéndonos cuando empezó el temblor. Las dos se arrodillaron, comenzaron a gritar. Yo estaba frente al Huascarán y vi que no había una nube en el cielo. Pero luego, conforme se movía el suelo, vi cómo empezaron a caer enormes cantidades de hielo, como inmensos trozos de algodón. Comencé a gritar: “¡aluvión! ¡Al cerro!”. Fue cuando del pie del nevado se levantaba una neblina gris oscura.
Empezamos a correr hacia el cerro Aura mientras veíamos que enormes piedras pasaban volando encima nuestro. Se venía el lodo… Al subir vimos cómo el aluvión se llevó Ranrahirca y otros pueblos. Ya en la cima vi a mi tierra Yungay hecha un lodazal. Solo estaban sus cuatro palmeritas. Todo estaba planito.
Al rato bajé a buscar a mi familia. No los hallé. Desaparecieron mi papá, mi mamá y una hermana. Más tarde encontraría la casaca de cuero de mi papá metida en el lodo. La reconocí porque él era cerrajero y tenía en el bolsillo los planos de un proyecto que estaba haciendo. Solo podía ser suya.
A la mañana siguiente fuimos a recuperar el cadáver de una mujer casi sepultada porque creía que se trataba de mi madre, pero resultó ser Luzmila Huamán de Cotrina, una señora muy respetada de Yungay. Cubrimos su cuerpo con costales y nos fuimos. Horas después la encontramos sentada. ¡Estaba viva tras estar sumergida más de 15 horas en el lodo congelado! Algún sinvergüenza le había quitado los costales y estaba desnuda. Cuando me reconoció me dijo: “Cico, ¿así me tienes?” Me quité mi chompa verde y se la puse. Le dije : “Señora, le voy a traer auxilio””.
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