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martes, 11 de agosto de 2009

Corriendo la bola a los ministros

Eso sí: el Ejecutivo en su conjunto tendrá que evitar caer en un entrampamiento, a causa de insistir en demasiadas enumeraciones de obras, proyectos, cifras, perfiles, volúmenes de inversión, que cumplen acaso con los requerimientos típicos de un mensaje de primer ministro, pero que no acompañan, por ejemplo, promesas de efectividad y satisfacción del gasto en los cruciales campos de la educación, la salud y la seguridad ciudadana.

elcomercio.com.pe 11 de agosto de 2009

Por: Juan Paredes Castro

Contra lo que se esperaba, el mensaje del primer ministro apenas logró tocar tierra. Pasó tan de largo que más de uno se pregunta dónde lleva el tren de aterrizaje.

Esta es la conclusión promedio de quienes vimos y escuchamos ayer a Javier Velásquez Quesquén, encapsulado en una visión de generalidades y omisiones, muy lejos de lo que el propio discurso del presidente Alan García demandaba: que alguien (quién mejor que su primer ministro) le pusiera ruedas a la nave de contenido social que hábilmente exhibió el 28 de julio pasado, como una promesa seria de llevar dinero y eficiencia administrativa del Estado al último rincón del país.

Velásquez Quesquén nos confía ahora que el plan de ejecución ausente en su mensaje lo pondrá cada sector del Gobierno y que él personalmente lo supervisará. Todo un compromiso que no es poca cosa desde su responsabilidad política.

De esta manera, el primer ministro añade a la hoja de ruta de García la suya propia, lo que hace que nos preguntemos quién por fin va a ponerle dirección y brújula a una de ellas o, en lo que es más complejo, a las dos juntas. Si son los ministros, como advierte Velásquez Quesquén, tenemos que saberlo cuanto antes. Si el pleito es de ellos, tendremos que pedirles cuentas, con todo el rigor que merecen.

Eso sí: el Ejecutivo en su conjunto tendrá que evitar caer en un entrampamiento, a causa de insistir en demasiadas enumeraciones de obras, proyectos, cifras, perfiles, volúmenes de inversión, que cumplen acaso con los requerimientos típicos de un mensaje de primer ministro, pero que no acompañan, por ejemplo, promesas de efectividad y satisfacción del gasto en los cruciales campos de la educación, la salud y la seguridad ciudadana.

A la luz de las omisiones señaladas, el Gobierno deberá apresurar el diseño de un plan de ejecución absolutamente transparente si quiere, en verdad, salvar el discurso presidencial y rellenar los vacíos del mensaje del primer ministro.

Solo así estará más cerca de gerenciar eficientemente el país, evitando desgastarse en palabras y acentuando, más bien, la obtención de resultados que definitivamente van a expresar un mejor voto de confianza que aquel que puede conceder el Congreso cada vez que se lo piden.

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